Por lo visto las canciones son efectivas no
solo para calmar el alma sino también para aplacar a la Madre Naturaleza. He
pasado las últimas horas canturreando en voz baja (porque no quería empeorar la
dinámica meteorológica con mi voz) un verso de El último de La Fila que dice
“Dios de la lluvia apiádate de mí”. Y ha funcionado. O al menos eso es lo que
me gusta creer. Después de varias horas de lluvia, incluso de escuchar como los
truenos contestaban a los rayos esta madrugada, después de una mañana que se ha
levantado gris marengo, a mediodía ha salido el sol. Y todavía sigue ahí. Se
cuela un rayo de luz en mi habitación. Y de pronto recuerdo como me gusta la
luz de la primavera a esta hora de la tarde. Es suave, perezosa, tierna. Sabe a
vainilla y canela. A ralladura de limón, de la que mi madrina añadía a sus
postres. La vida se abre camino, se anuncia, llama a la puerta y antes de que
me de cuenta habrá entrado en casa y hasta octubre no se irá. Me alegro mucho.
La echaba de menos. Más de lo que imaginaba. Tengo la sensación de que el
tiempo se ha parado, de que puedo lograr cualquier cosa y aunque sé que el
tiempo no puede detener, aunque sé que no puedo lograr cualquier cosa porque es
la dinámica de mi vida, soñar algo para comprender que no lo lograré, me dejo
llevar por esa sensación.
Soy una mezcla de sensatez aparente y nubes
en la cabeza. Las obligaciones cotidianas me obligan a ser sensata. Siempre he
tenido que ser sensata porque es lo que se esperaba de mí y cuando me he dejado
ganar por la tentación de ser insensata nada ha salido bien. Bueno tampoco es
que me haya salido demasiado bien la existencia. Pero no debo lamentarme. Creo
que es mejor aceptar las cartas que te reparten y jugar como buenamente puedas.
Si pasas demasiado tiempo lamentándote tu energía se agota pronto. Y no estoy
yo como para perder la poca energía con la que mi cuerpo y mi mente cuentan
para ir tirando a diario.
Me queda tanto por aprender, conocer, leer,
estudiar, comprender. Y no tengo tiempo. No hay tiempo. Es curioso como nos
empeñamos por medir, atrapar y domesticar a este pequeño animal tan salvaje e
imprevisible que nos acompaña desde que pisamos por vez primera la Tierra.
Inventamos relojes de arena, de sol, de agua…Hemos convertido los relojes en
elementos de decoración presentes en nuestros hogares, en complementos
carísimos que combinan con nuestras ropas, en sofisticados tiranos de tamaño
variado que nos dicen cuando nacer, amar, soñar, ver a los amigos, charlar,
crear. Recordamos a la Liebre de Mayo cuando pasa corriendo ante Alicia
diciendo “No queda tiempo, no queda tiempo”.
Lo terrible llega cuando al final del camino
descubrimos que necesitaríamos más tiempo para decir a nuestra gente que les
amamos, para dedicarles nuestra atención.
Es curioso pero yo mido el tiempo gracias a
otros relojes maravillosos. Los hijos y las hijas de mis amigas y amigos. Te
comentan un buen día que esperan un bebé. Ver como su pequeño milagro crece. Al
principio solo es una imagen extraña en una ecografía. Luego un buen día te
llaman y te dicen que ya ha llegado que ha nacido. Le conoces y de forma
inevitable te enamoras de ese pequeño proyecto vital. Y empieza a funcionar el
cronometro. Ellos y ellas crecen, aprenden, te regalan aires nuevos, sonidos
nuevos, palabras nuevas. Estrenan la vida y te prestan instantes que huelen a
limpio, a flores y a energía.
Y un día no sabes como te cuentan que se han
enamorado, tienen sus primeros conflictos, sus primeras decepciones, sus
primeros triunfos. Y en ese instante precioso y preciso corres hacia el espejo
y descubres que tu también te has hecho mayor, que también te han decepcionado,
te han amado, has amado, te han herido, has herido, has curado, te han curado y
también has fracasado y que lo más importante no es si has triunfado, sino
comprobar si te has levantado después de cada caída.
Me gustan los cronómetros que me regalan mis
amigas y amigos. Les quiero. Aunque muchos de ellos y ellas no lo sepan porque
debo decir que soy un poco torpe al expresar mis afectos. Bueno torpe torpe del
todo no. Solo un poco tímida. Bueno un poco no, muy tímida. Y siempre tengo la
sensación de molestar.
Así que espero que un día todos los pequeños
proyectos de mis amigas y mis amigos, comprendan que aunque sea distancia les
quiero y les agradezco tantas anécdotas deliciosas que me cuentan asombradas y
asombrados sus padres y sus madres.
Cuando repaso sus fotos, y recuerdo sus
risas, la vida me parece como decía la canción “un sitio más humano menos raro
porque tu a pesar de todo te quedas a mi lado.
Me queda tanto por aprender y tengo tan poco
tiempo. Así que he decido que me quedaré un ratito quieta, dejaré de perseguir
la pelota y esperaré a ver cuando se detiene. Tal vez entonces logre cogerla y
jugar con ella.
Blanca Fernández
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