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sábado, 24 de marzo de 2012

DE HISTORIAS E HISTORIA




   La mayor parte de mi vida de estudiante sentí que aquello no era para mí: sentarme varias horas al día en mesas colectivas, individuales e incluso la mesa de la profesora (porque me aburría soberanamente y me dedicaba a distraer a mis compañeras rompiendo la disciplina y las olas de sabiduría que esta compartía con mis condiscípulas) me parecía algo absurdo. Pero a pesar de ello siempre me mostraba dispuesta a dar una nueva oportunidad a mi profesora y al sistema académico.

   Estudiaba meticulosamente el paso de las estaciones a través de las ventanas del aula y volaba lejos en pos de mundos maravillosos. Mundos adultos. Porque en mi bendita ingenuidad infantil pensaba que los adultos llevaban una vida más apasionante y útil que la mía (con el tiempo he comprobado que no es así, pero ya es tarde).

   Esperaba impaciente la llegada de mis amigas las golondrinas y mis amigos los vencejos que anunciaban con sus grititos agudos que el verano estaba cerca. Y no es que en verano me librase de la disciplina. No. Cada año me enfrentaba a los simpáticos libros de actividades que las profesoras aconsejaban o pasado el tiempo a empollar como una desesperada los temarios veraniegos que en teoría me permitirían aprobar en septiembre la materia suspendida en junio.

   Septiembre. Palabra maldita. Porque si suspendías para septiembre eras la vergüenza familiar. Eras la oveja díscola y extraña para el grupo. Seguramente habías llegado a ese punto de recuperar en septiembre porque no te habías esforzado, porque no habías puesto empeño o en opinión de algunos miembros de la familia (incluido el primo repelente avalado con matriculas de honor y diplomas de buena conducta) porque “te había dado la gana”. En mi caso en dos años consecutivos, confieso que incluso me quedó pendiente para septiembre la gimnasia. Lo se. Es muy triste. Pero es que a mi lo de ejercitar el corpore por muy sano que fuese me superaba.

   Prefería ejercitar la mens, aunque luego sobre el papel mis notas fuesen un claro ejemplo de fracaso escolar. Mi título de Bachillerato Unificado Polivalente, empieza en un año determinado y se da por concluido y aprobado finalmente siete años después. No me extenderé en describir este lamentable proceso. Solo diré que cursé 3 veces 3º de BUP y 2 veces COU.

Cada año se repetía el mismo proceso y el resultado era el mismo. Pero lo que más me desconcertaba era la cantidad ingente de datos que diariamente embutían mis profesores en mi mente. Datos que me parecían a todas luces inútiles. Datos que se me cruzaban como en una sopa de letras hasta perder el sentido. Conceptos que no comprendía. Y la respuesta de los mayores de la tribu era siempre la misma. Que el día menos esperado esos datos me resultarían totalmente útiles. Pues mira que bien.



   A estas alturas de mi vida, comprendo por fin todo este proceso, me da penita la niña que se esforzaba por retener conceptos sin lograrlo y agradezco a casi todos los profesores y todas las profesoras que me han enseñado a lo largo de mi vida diferentes materias. Resulta muy útil a la hora de pegarle la paliza al repelente coleccionista de diplomas y matriculas de honor jugando al Trivial. Que descanso por fin.



   Pero es ahora en estos tiempos locos y desesperados cuando recuerdo cada vez más algo que me enseñaron en COU. La diferencia entre Historia e intrahistoria.

   El filosofo (entre otras cosas) Miguel de Unamuno (que en julio de 1936 se acercó tanto al Lado Oscuro que cuando quiso reaccionar acabó como un héroe griego condenado por aquellos a los que había apoyado y ensalzado a arresto domiciliario) antes de mirar tanto al abismo que el abismo se adueñó de su alma trajo a la Península las teorías de otro filosofo del Norte de Europa.

Unamuno parió una teoría fascinante y actualmente vigente. La intrahistoria.

   Pero iré por partes. La mayoría de los que manejan a su antojo la vida del pueblo llano se muere por ver que su nombre aparecerá en letras de molde en las páginas más brillantes de la Historia sin importarles que para ello los que les mantienen en sus cargos con sueldos públicos escandalosos, fenezcan en el intento. Son como ganaderos que exprimen a sus vacas (nosotros) sin tener la cortesía tan solo de calentarse las manos antes de tocar sus ubres para el ordeño.



   Buena muestra es la crisis actual en que nos hayamos inmersos. Una crisis que también hay que decir que responde a esos ciclos malsanos que los humanos repetimos hasta que llega la próxima caída en picado.

   Los que la han provocado no pasarán precisamente por ser grandes administradores y estadistas. Sino todo lo contrario. Por ser unos egoístas descomunales que han devorado a su paso todo lo que los demás han construido con tanto esfuerzo.

    Lo que olvidan es que si matan a las vacas de hambre llegará un día que las vacas no darán más leche y morirán exhaustas y que de paso ellos también morirán y sus nombres serán escupidos más que pronunciados o alabados.

   Por eso me encanta ser parte de la mayoría que teje cada día de forma milagrosa la Intrahistoria. La historia que no se lee, que parece que nadie recordará. La gente. Formo parte de un grupo vivo, vibrante y maravilloso. El pueblo llano.

   Los y las que sufren, padecen, ríen, aman, trabajan, crecen, maduran, sueñan…el pueblo llano. Nacemos sin pretensiones. Luchamos y crecemos con la esperanza diaria de hacer las cosas bien, de no fastidiar a los demás. Con la certeza de que nuestro sueño será reparador porque cada noche antes de cerrar los ojos al hacer balance de lo vivido, hecho y trabajado hemos estado a la altura. A nuestra altura. Que es mucha.

   Tal vez nuestros nombres no aparezcan en las enciclopedias. Tal vez cuando no ya no estemos, cuando nuestros cuerpos no hagan sombra, cuando nuestra voz ya no produzca eco, nadie nos recuerde. Pero no importa. Porque la suma de nuestros logros, cada fibra que tejemos para crear de forma inconsciente (y ese es el milagro que no tenemos idea de lo valiosos y maravillosos que somos) la intrahistoria, es lo que al fin y al cabo hace posible que algunos y algunas mediocres con pretensiones logren que sus nombres sean recordados.

   Aunque tal y como esta el patio más les valdría rezar con dedicación para que sus nombres sean olvidados. Porque ellos y ellas han creado y alimentado la pesadilla actual.

Para nosotros los de la intrahistoria lo mejor es que siempre tendremos el sueño de los justos. Y eso no tiene precio.


Blanca Fernández

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